martes, 29 de enero de 2013

SIN TEMOR A UN FIN

Aparto poesía y palabras engalanadas que hacen bonito. Siempre se habla de amor, desamor, éxito, política, fracaso, banderas, inseguridad, sentimiento... de vida. Hoy me apetece hablar de la muerte. En concreto de mi muerte. No es un mensaje suicida, ni mucho menos. Me encanta vivir. Es más, si encontrara el secreto para ser eterna, sería la persona más suertuda y feliz del planeta. Seguramente, sea ese el problema, que vivimos como si fuésemos eternos. Últimamente me visita y me pisa los talones, por eso me apetece tanto hablar de la muerte. Como dice el último libro que leí, "mirarla cara a cara, sin miedo".
El día en que me muera me encantaría sentir el tacto de las manos de mi madre, aunque esperando seguir la ley natural de la vida, lo tengo un poco complicado. Por pedir, me comería un carpaccio de salmón con las hojas de la cebolla tierna picadas en láminas muy finitas, esparcidas por encima con un buen chorro de aceite del bueno. Acompañado, como no, de un reserva Ribera del Duero, Pedrosa. Faltando a la voluntad de mi padre, que me tiene prohibido morir en fin de semana o festivo, me encantaría morir en sábado. Ese día es perfecto, ya que no tienes la perrería traicionera dominguera. Egoístamente, podría concentrar a toda esa gente que en algún momento de mi vida me ha enseñado a ser yo misma. Por supuesto, me gustaría que no faltara la música, y que algún que otro, o todos, se arrancaran a bailar. Flamenquillo o rumbita. Al igual que el Reggeaton, abstenerse cualquier persona, que en vida, no me hubiese respetado. Recordando que es mi muerte, paso por alto el rango sanguíneo o político, y el compromiso, no los quiero allí. También, que fuese primavera y brillara un sol cegador, así acompañar con alegría ese día. Sin tristezas, pues entiendo que quien llorara le quedaría alguna cosa pendiente hacia mi persona. Quisiera que en vez de recordarme, sintieran el gran amor que me unía a ellos. Y lo sintieran tanto que les estallara una sonrisa en los labios. Evitaría cualquier lágrima, pues serían minutos de vida invertidos en sufrimiento innecesario. Al fin i al cabo, mi cuerpo, por fin, dejaría de apresar esa alma que ansía ser libre.

Cuando llegue mi muerte me conformaré en seguir viviendo en cada una de vuestras pupilas, al ver un estallido de colorines, dejando mi sentir en vuestra sonrisa.
 
Castor Pérez y Sílvia Pérez - Veinte años